Artículo 17 feb. 2008 del The New York Times
Aunque ninguna mujer ha sido presidenta de EE.UU. -todavía-, el mundo tiene varios miles de años de experiencia en liderazgos femeninos. Y debo reconocerlo: los antecedentes históricos avergüenzan a los hombres.
Una parte notable de los grandes líderes de la historia han sido mujeres: la reina Hatshepsut y Cleopatra en Egipto, la emperatriz Wu Zetian de China, Isabel de Castilla, la reina Isabel I de Inglaterra, Catalina la Grande de Rusia y María Teresa de Austria. Lo acepto, estaba dejando afuera a María la Sanguinaria, pero igual es cierto que esas mujeres que ascendieron al poder en monarquías tuvieron un muy elevado índice de éxito.
Investigaciones realizadas por psicólogos políticos ofrecen posibles explicaciones. Encuentran que las mujeres tienden a ser mejores en la construcción de consensos y otras habilidades particulares útiles para dirigir. De ser así, ¿por qué las líderes políticas han sido mucho menos impresionantes en la era democrática? Margaret Thatcher fue un personaje transformador, pero las mujeres han sido primeras ministras o presidentas mediocres en países como Sri Lanka, India, Bangladesh, Paquistán, Filipinas e Indonesia. En muchos casos ni siquiera abordaron las necesidades urgentes de las mujeres.
Tengo mi teoría favorita al respecto: en las monarquías, las mujeres que ascendieron a la cima trataron, en su mayor parte, con una élite restringida, de modo que podían demostrar su capacidad y continuar gobernando. En cambio, en las democracias de la era de la televisión, las líderes también tienen que navegar entre los prejuicios públicos, lo que hace que la política democrática sea muchísimo más desafiante para una mujer que para un hombre.
En un experimento común, "el paradigma Goldberg", se le pide a la gente que evalúe un artículo o discurso en particular, supuestamente de un hombre. A otras se les pide que valoren lo mismo, pero supuestamente de una mujer. Es típico, en todo el mundo, que las palabras sean mejor calificadas si provienen de un hombre.
Una lección de esta investigación es que promover los propios logros es una estrategia útil para los hombres ambiciosos. Pero los experimentos han demostrado que cuando las mujeres resaltan sus logros, eso disgusta. Y las mujeres parecen molestarse aún más que los hombres. Esto genera un reto enorme para las mujeres con ambiciones en la política o los negocios: si son modestas, la gente las encuentra deslucidas, y si hablan de sus logros, dan la impresión de ser farsantes presuntuosas.
Otro enigma es que para las mujeres, y no así para los hombres, hay una concesión de cualidades asociadas con la más alta dirigencia. Se puede percibir a una mujer como competente o muy simpática, pero no como ambas cosas.
"Es una lucha cuesta arriba, ser juzgada como una buena mujer y como una buena líder", dijo Rosabeth Moss Kanter, una catedrática de la Escuela de Administración de Empresas de Harvard, experta en mujeres líderes. Kanter agregó que una pionera en un mundo de hombres, como Hillary Clinton, también enfrenta un examen profundo en muchas más dimensiones que un hombre: obsérvense el debate público sobre los "tobillos anchos" de Clinton o los titulares del año pasado sobre sus escotes pronunciados.
Por lo general, la ropa y la apariencia importan más en el caso de las mujeres que en el de los hombres. Y se ha encontrado que, para una mujer, es una desventaja ser atractiva en lo físico cuando solicita un cargo directivo.
Las líderes femeninas enfrentan estos juicios imposibles en todo el mundo. Es frecuente que las mujeres digan con sarcasmo que tienen que ser el doble de buenas que los hombres para llegar a cualquier parte -lo que afortunadamente no es difícil-. Pero, en los hechos, pareciera que tienen razón: las democracias modernas pueden dar poder a prejuicios profundos y, por tanto, restringir a las líderes en formas en las que no lo hicieron las monarquías antiguas.